SOLO VIVE QUIEN MUERE

En ocasiones, enfrentarte a tu pasado es hacerlo contra tus propios demonios. Todo aquello que creías olvidado y que, de repente, vuelve a estar presente en tu vida. Como esas ascuas que deja el fuego, y que se transforman de nuevo en llamas, cuando menos te lo esperas…

Carmen Puerto ha vuelto.

SOLO VIVE QUIEN MUERE, a partir del 11 de octubre en todas las librerías, y YA EN PREVENTA en la web de Almuzara https://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=6588&edi=1

Hay regresos que esconden una despedida…

De nuevo, el autor del bookTrailer es, como en El lenguaje de las mareas, el gran Toño Méndez.

#SoloViveQuienMuere #11Octubre #ElRegresoDeCarmenPuerto

LA LECTURA, ESA PUERTA

Puedo recordar, perfectamente, el verano de El nombre de la rosa, que catapultó a Eco a los altares de la literatura “para todos” tras toda una vida entregada a la investigación y docencia. Como poco, hubo un par de noches de contemplar la llegada del nuevo día, con la novela del italiano entre las manos. Recuerdo el verano Kafka, perfectamente. Quince, tal vez dieciséis años. Como si se tratara de un alimento indispensable para mantenerme con vida, devoré varios de sus títulos en muy poco espacio de tiempo. La metamorfosis, América, El castillo… No hace tanto, el verano Stieg Larsson, que guarda un cierto parecido con el nombrado Kafka, ya que sólo disfrutamos de la obra del sueco una vez falleció. Antes de hacerlo, dejó a buen recaudo la fabulosa trilogía Millennium. Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist, ese pareja que ya forma parte del imaginario negro más esencial. O el verano Paul Auster, donde ese hombre en busca de su padre, de su infancia, de su pasado, recorría las calles de Nueva York a mi lado. Y yo lo podía ver y sentir todo. O el verano que me entregué a Hemingway, para recorrer la España más esencial y primaria, la que el norteamericano tanto disfrutaba, y que reflejó en Muerte en la tarde, El verano peligroso, Por quién doblan las campanas o Fiesta. Sin duda, estos veranos de libros y lecturas comenzaron en la Biblioteca Provincial, donde hoy se ubica la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, en Córdoba. Sí, ahí empezó todo. Pero había un alto en el camino. En la calle Almonas (Gutiérrez de los Ríos), al principio, en la esquina de una callejita que se abría a la izquierda, había un portalón en el que se intercambiaban tebeos y novelas del Oeste por muy poco dinero. Mortadelo y Filemón, o Anacleto, o la Rúe del Percebe, tuvieron mucha culpa, no me cabe duda. La infancia, ese tiempo para fijar la marca, la coordenada, la dirección.

Tal y como le sucede a la música, que cada verano cuenta con una canción con la que se identifica, somos muchos los que más tiempo le dedicamos a la lectura en este periodo. Y en ocasiones, muchas, es la realidad, hemos dado con esa novela, poemario o autor que hemos incorporado en nuestro interior. Lo recordamos pasado el tiempo, por la electricidad, por la necesidad de retomar la lectura, por todo lo que significó. Y significa, en cierto modo. Momento ideal para que los más jóvenes se encuentren y disfruten con la lectura, que en multitud de ocasiones puede tratarse de un elemento esencial que determinará buena parte de los rasgos y habilidades que desarrollarán a lo largo de sus vidas. La lectura es ocio, entretenimiento, conocer, sí, es todo eso, pero también es mucho más. En gran medida, es una forma de vida, de entenderla, de saborearla. Más plena, más rica. Muchos veranos como el actual son muy importantes, determinantes, para las nuevas generaciones de lectores, porque se produce ese flechazo que es el combustible de una relación estable y permanente. Sucede, sí, por suerte.

En los últimos días, he tenido la oportunidad de conocer y de involucrarme en el proyecto internacional de cooperación Village Book Builders, que se apoya en la lectura como elemento de atracción para niños y niñas de diferentes zonas deprimidas o en riesgo de exclusión del mundo. Hace unos días tuve la oportunidad de encontrarme (virtualmente) con chavales de Ixhuatlán y Cuchapa en México, que ya comienzan a disfrutar de las bibliotecas aportadas por la entidad. Cuando no se tiene nada, o se tiene muy poco, la lectura, un libro, es mucho más de lo que imaginamos. Porque no es sólo escapar, mentalmente, de la dura realidad y conocer nuevos mundos y sus personajes. Leer también es un camino, una dirección a seguir, una manera de ser y entender la vida, desde la libertad, el conocimiento y la educación. La infancia, ese tiempo para fijar la marca, la coordenada, la dirección. No creo que haya mejor hoja de ruta, cuando la oscuridad se cierne. Lecturas que marcan una vida, pero también una vida marcada por la lectura. Que es posible.

TATUAJE

A lo largo de mi vida, varias veces he tenido la tentación de tatuar mi cuerpo. Bastantes veces, sería más exacto. Y nunca he caído en la tentación. Todavía no sé por qué. En ocasiones me he planteado algo pequeñito, un detalle, en el antebrazo, en el tobillo, puede que en el hombro. Alguna vez me habría gustado un tatuaje de gran tamaño, pero clásico. Una amiga dice que la prueba de fuego es la primera vez, que luego coges carrerilla, para acabar buscando una zona aún virgen de tinta y aguja. Puede que la aguja sea el problema. No lo niego. Cuando era niño y acompañaba a mi madre a la Plaza Grande (antes de ser la de La Corredera que hoy todos conocemos) miraba con extrañeza, precaución y admiración, si es que es posible esa combinación, a los hombres tatuados que bebían en los bares bajo los portales. Esos tatuajes legionarios de antaño, o marineros, también carcelarios, primitivos en su definición, como si se trataran de las Cuevas de Altamira de los actuales, con mensajes tan concretos como simples. Amor de madre. Libertad. Jesús vive. Yo les imaginaba a aquellos hombres vidas intensas, rocambolescas, pero sobre todo muy dramáticas, repletas de calamidades, porque entendía aquellos tatuajes como las coordenadas de un atlas repleto de dolor, ausencias, amores no correspondidos y existencias turbulentas, en el extremo de todo. Puede que por eso, en aquel tiempo, mi relación con los tatuajes fuera muy distinta a la actual, ya que los contemplaba como certificados de carencias y penalidades. Esos marineros que lloraban a sus familias, esos legionarios que ennoviaban con la muerte asqueados de una vida tan amarga o esos ex convictos que escondían sus muñecas al paso de las mujeres, como avergonzados por su pasado. Elucubraciones del niño instalado en una familia, en un entorno, de pieles blancas, sin tatuar.

En los últimos años, tal vez el XXI se recordará como el Siglo de Oro del Tatuaje, ha dejado de ser una moda, para convertirse en algo cotidiano, casi rutinario. De hecho, estemos donde estemos, si buscamos con la mirada personas tatuadas no tardamos en encontrarlas. De hecho, en determinados ambientes, los que aún permanecemos inmaculados somos la excepción. El otro día me crucé con una chica que llevaba las caras de sus dos hijos tatuadas en la parte posterior de sus muslos, y a considerable tamaño. Mi enhorabuena al autor, porque me adelanté a propósito para comprobarlo, que paseaban de las manos de su madre, y bien que se parecían. Antes poníamos unos enormes retratos de nuestros hijos el día del bautizo o de la Primera Comunión en el salón-comedor, ante la atenta mirada del torito de terciopelo y ahora nos los tatuamos. Al igual que nos tatuamos sus nombres, el escudo del equipo de nuestros amores, motivos metafóricos, tribales o proverbios y frases orientales. Siempre me he preguntado si un chino o un japonés se tatuará una frase del Quijote o del Mio Cid, o un poema de Lorca.

Doy por hecho que la de tatuador es hoy una profesión en auge, y bien remunerada. Porque como nos sucede con todo, hay tatuadores, y tatuadores. Algunos incluso tienen, con absoluto merecimiento, la consideración de artistas, ya que por suerte hoy ya no contemplamos esos tatuajes de mi infancia, intercambio artesanal entre esos amigos de calamidades, que yo imaginaba. Sucederá justamente lo contrario si esta tendencia actual se desvanece y vuelve a estar de moda la piel inmaculada, los blanqueadores serán los que harán su gran agosto. También reconozco que uno de los motivos que me han frenado a la hora de estrenarme en el tatuaje es, por decirlo de algún modo, la vejez, el sentirme extraño en el futuro con restos del pasado. Algo que no tiene sentido, porque todos los tatuados del presente lo seguirán siendo en la vejez, por lo que la normalidad actual continuará tal cual. Miro alrededor y sigo pensando en si doy el paso o me quedo tal cual. Con las palabras y los recuerdos tatuados en la memoria.

#NÚMEROOCULTO EL HILO DE TWITTER DEL QUE TODO EL MUNDO HABLA

Suena el teléfono, #NúmeroOculto. ¿Cuánto crees que aguanta una persona bajo el agua sin respirar? Me pregunta una voz distorsionada. ¿Cuánto crees que aguanta una persona bajo el agua sin respirar?, repite… así comienza mi nuevo hilo de Twitter que, publicado el 2 de abril, acumula casi 4 millones de impresiones, y miles de Likes y RT.

Aquí repercusión prensa https://www.flooxernow.com/viral/misterioso-hilo-twitter-que-esta-enganchando-todo-mundo_20220404624af73ade6e680001ee3dac.html

Y aquí por si quieres leer el hilo: https://twitter.com/gutisolis/status/1510162084713189376?s=20&t=phaPhfHCLff24RopQuI3og

DÍA DE LA POESÍA MUNDIAL

Para los adolescentes que se besan tras la fiesta de la primavera en cualquier parque, para los niños que juegan a pintarse la cara de colores, para los perros que ladran por los balcones su soledad, para los mayores que ejercitan su memoria en la rivera del río, para los coches que escupen por sus tubos de escape la ansiedad del atasco, para las nubes, para el sol, para el fuego, el hielo, el mercurio y la nada, para el que le sonríe en el semáforo mientras le ofrece unos pañuelos de papel, para el vecino del cuarto, el pescadero, San Pancracio y el guardia de la esquina, para los ojos en busca de un color, para la canción en busca de compositor, para la película que nunca se filmó, para mí, para ti, hay un poema escrito en el libro de los inéditos. Un poema que tal vez tomó cuerpo en el gimnasio de la imprenta o que aún sigue pululando en el siempre misterioso e inabarcable universo de los poetas. No sé si fue antes la poesía o la primavera, o que tal vez sean la misma cosa, con cuerpos diferentes. Cuerpos de olores, colores y temperatura y cuerpos de palabras, papel y emociones. En el día de la poesía mundial encontré al poeta pluriempleado a la caza de un verso de rima libre. Paseaba yo por una callejuela, no importa la geografía, importa el dato, el encuentro. Me encontré al poeta con la vista cansada y los dedos amarillos, falto de palabras, aburrido de silencio, con una mochila colgada del hombro. Entre palabra y palabra, palabras que no llegaban, el poeta extraía de su mochila las octavillas publicitarias de una pizzería con precios de saldo y pizzas de cartón que colocaba bajo los limpiaparabrisas de los automóviles con los que se topaba en su camino. Y las palabras sin llegar.

El día de la poesía mundial pasará a los anales de la historia por el regreso de la luz, como nos vaticinó en su anuncio ese emporio comercial que nos anuncia cada año la llegada de las estaciones. Aún así, el poeta pluriempleado, repartidor de octavillas los fines de semana y fiestas de guardar, guardajurado del garaje mil veces asaltado de una comunidad de vecinos de lunes a viernes, acrobático intérprete de signos en congresos y demás, seguía sin trasladar al papel la llegada de la primavera, como si la primavera no hubiera llegado a él, como si no fuera como tú y como yo. El poeta quiso ver en el silencio blanco de su incapacidad la tragedia presentida con anterioridad, la sequía de ese caudal que durante años fluyó por su interior, y que con el paso del tiempo se fue transformando en río, riachuelo, arroyo, charco, gotas, nada. Conocía de otros casos el poeta, poetas amigos y compañeros, algunos funcionarios de la poesía, incluso, oposición aprobada tras duros años en la academia poética de la rima y la libertad. Puede pasarle a cualquiera, se repetía cada mañana el poeta, después de comprobar amargamente que la sequía creativa permanecía, que las palabras permanecían en su guarida.

El día de la poesía mundial avanzaba en sus horas, era cada menos día, más pasado, alimentaba el recuerdo, cuando el poeta pluriempleado creyó intuir que dos palabras, puede que un verso, se le instalaban en el alma. Quiso convertirlas en tinta, pero la tinta no llegó al manchar el blanco del papel. Y desapareció el sol, la luz, y el día se llenó de noche con su luna en lo más alto. El poeta tomó asiento en el banco de un parque –qué importa la geografía-, comprobó las octavillas que le quedaban en la mochila y, finalmente, abrió su libreta y rodeó el bolígrafo con sus dedos. No estaba dispuesto a que el día de la poesía mundial concluyera sin regalarle un poema, aunque fuera un poema breve e insustancial, esos poemas que se venden en las rebajas de la poesía y que se compran a precios de saldo. Pensó el poeta en las mujeres que había amado, en su infancia, en los primeros amigos, en sus padres, en esa película que le consiguió arrancar las lágrimas, en aquella bicicleta que le robaron. Buscó el poeta en la despensa de su intimidad y se topó de bruces con un puzzle que el tiempo había desordenado. Cerró los ojos, agarró el bolígrafo y comenzó a escribir sobre un papel imaginario. Unos minutos después, varios versos imaginados, escuchó las carcajadas de unos muchachos que lo contemplaban desde la distancia. Lo logró en el último minuto el poeta pluriempleado: apareció la poesía.

GARBANZOS EN REMOJO (LECCIÓN DE REALIDAD)

Cada vez que pongo los garbanzos en remojo recuerdo aquella canción de Serrat que dice eso de “a menudo los hijos se nos parecen”, y es que por un instante creo que es mi madre la que está a mi lado. Recupero, repito, respeto, plagio esos menús de mi infancia que ahora mi familia disfruta, con sensaciones muy similares. Lo solía comentar mi madre, de una olla de garbanzos salen varias comidas, si la sabes aprovechar. Sopas, aliños, ropavieja, croquetas (siempre alguna falsa), pringá, rancho… Y eso es algo que han entendido millones de familias, de varias generaciones. Dieta mediterránea en vena, mucho antes de que se inventara el concepto. Masterchef más allá de la gastronomía, e incluyamos aspectos tan esenciales como la economía, la sociología, incluso la antropología, regado todo con mucho amor, antes de que el concurso se convirtiera en estrella de eso que se conoce como prime time. Las mañanas que despierto y me encuentro con los garbanzos en remojo en la cocina la realidad, la auténtica, la más de verdad, esa que es imposible de maquillar ni por el filtro más potente, se cuela en mis ojos. Esa es la vida, tal cual, sin slim fit ni rayos uva, la del frío y el calor en la piel, la de las emociones que nos erizan y manejan, a su antojo, como marionetas. Raíz, sangre y años. Y no sólo porque vuelva a encontrarme con mi mi pasado, con mi infancia y con todos los míos, generaciones atrás, también por recuperar una forma de entender la vida, más allá de la gastronomía, la economía y la memoria. Hablamos de dedicación, de familia, de entrega, de sentirse dentro de algo, más poderoso que tú mismo. A veces nos representamos en los gestos, y en la mayoría de las ocasiones vivimos a golpe de ligerezas, tanto en la pose como en el plato, además de en los sentimientos. Y no todos los días un filete a la plancha y una ensalada de paquete, como tampoco todos los días seis memes de besos y corazones. A veces, o casi siempre, hay que besar, con los labios húmedos.

En los últimos años he empezado a recuperar muchos platos de mi infancia. Y eso también incluye a toda esa portentosa carta que cambia según las festividades y las temperaturas. Del salmorejo a las gachas, del arroz con costillas a la eterna carne con tomate, sin olvidarnos de las torrijas, gazpachos varios, nubes de coliflor o potajes de diversas combinaciones, cuando encarten. También he regresado a los mercados, a los de siempre. Embutidos recién cortados y envueltos en papel de cera, tarros de altramuces, ver como el carnicero filetea lo solicitado, hierbabuena recién cortada, pescado traído de la lonja unas pocas horas antes. Durante años malinterpreté esa comodidad mal entendida que ha fabricado esta sociedad que un día conocimos como la del bienestar. La comodidad no es tardar media hora en aparcar, chocar contra diez carros más y poder elegir un refresco con sabor a cereza. Tampoco la calidad. Ni mucho menos la economía -pruebe a comparar el precio de los embutidos en un supermercado o en un charcutería, y se sorprenderá-. En mi caso, además, hay un componente emocional que no escondo. Vuelvo a ser ese niño agarrado de la mano de su madre en el laberinto de puestos, olores y voces, en el mercado de la Corredera.

En tiempos de comida ultraprocesada, refrigerada, congelada y remasterizada; en tiempos de franquicias, Glovo, take away, macrogranjas y cebolla caramelizada a espuertas, los garbanzos en remojo son la resistencia, el cable a tierra, el conector con la identidad que aún conservamos, a veces demasiado escondida, pero que seguimos llevando en el tuétano. Son la verdad. El aliento y el latido. El sabor, sin más. Si te paras a pensarlo, todo el proceso, que debes comenzar la noche de antes, tiene mucho de ritual, a modo de Rosario gastronómico. Tal vez sea una oración civil, una creencia en lo nuestro, en los nuestros, auténtica, sin maquillaje ni filtros. Es como volver a comprar un regalo sin tirar de Internet o escribir de nuevo una carta, de puño y letra, de esas que necesitan sello y sobre y un buzón para enviarla. Mucho lo dejamos de hacer por el pretexto de la comodidad y de la economía, sin darnos cuenta todo lo que nos dejamos atrás. Y que en la mayoría de las ocasiones somos nosotros mismos.

LOS POPULARES DEL MAGIK. MI PRIMERA NOVELA JUVENIL

Puede que te sorprenda esto que tanta ilusión me hace: el miércoles 17 de noviembre llega a las librerías mi primera novela juvenil: LOS POPULARES DEL MAGIK. Dirigida a chaval@s a partir de 12 años, cuenta con ilustraciones y portada de la gran Pam López, a la que seguro conoces por Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, y la publica una editorial tan prestigiosa en este sector como es Algar Editorial. Nervioso y feliz por este cambio de registro, que espero te guste!!

LOS QUE SIGUEN ESTANDO

En bolsas de supermercado lleva varias gasas y bayetas, un estropajo y un par de botellas de agua. La escalera de tres peldaños ya está en el maletero, junto a la rueda de repuesto. Mientras tomaba un café en la cocina llegó su hijo de la fiesta de Halloween, el disfraz de vampiro evidenciaba el trote de la noche. Muy temprano, a eso de las siete, se introdujo en su vehículo y condujo hasta el pueblo en el que nacieron sus padres, a más de cien kilómetros, en la frontera de los límites provinciales. Esa misma carretera que recorrió cientos de veces en el autobús de línea, desde la infancia hasta no hace tanto. El reloj marca las nueve de la mañana, se detiene junto a la floristería que hay tras el cementerio. La semana pasada encargó tres docenas de claveles. Desde aquel frío noviembre de 2001 que se quedó sin flores, previsora, quince días antes llama a Julia, la propietaria, hija de la Julia de siempre. Dentro del cementerio, una breve parada ante el nicho de los abuelos, para comprobar que sus tías siguen cumpliendo con lo acordado. El mármol de la lápida está empañado por el polvo, blanquecino, una telaraña ha comenzado a crecer en una esquina. Con la ayuda de la escalera, retira los floreros de plástico y comienza a limpiar con esmero la piedra, tal si se tratara de un espacio reservado a seres vivos. La mecánica actividad no impide que por su cabeza desfilen imágenes del pasado, de su infancia, vestida de domingo, con enormes lazos en la cabeza, ríe entre sus padres, entre los que siguen estando. Se puede llamar Luisa, Carmen o Jesús. Como cada arranque de noviembre, con cada vez menos sabor a gachas, recordamos a nuestros difuntos, a los que ya no están, les entregamos parte de nuestro tiempo y de nuestras habilidades. Los visitamos, nos acordamos de ellos, porque de alguna manera siguen estando muy presentes entre nosotros.

Durante decenas de domingos y demás festividades he visitado a mis difuntos en el cementerio. El hacerlo ha forjado en mi interior el decidido convencimiento de que la incineración es la expresión más neutra y menos esclavista, más limpia, de la muerte; mi elección para cuando hayan de elegir los demás por mí. Sin embargo, comprendo perfectamente, porque los he sentido muy cerca, a todos aquellos que necesitan encontrarse con sus difuntos, visitarlos en un lugar concreto en el que mostrarle su dolor y sus recuerdos. Hay quien convierte el nicho o panteón del ser querido en una especie de nueva casa, y la cuida con esmero, procura que el tiempo y sus cosas se noten lo menos posible. Encala los alrededores, mantiene con brillo el mármol, no permite que las flores se marchiten, como si se tratara de una evolución de aquellos egipcios del pasado que se enterraban con alimentos y recuerdos de sus familiares, con el convencimiento de que la muerte no era más que el inicio de un largo viaje hacia una nueva vida. Es cierto que en nuestro país existe lo que podríamos definir como un culto a la muerte, y que lo expresamos en los cementerios, colocando flores en la cuneta de una carretera o convirtiendo un entierro en una manifestación de duelo comunitario. La muerte genera en nuestro interior emociones muy diferentes, y todas las expresiones externas son igual de respetables, ya sean por respeto a la tradición o por convicción propia.

Si uno se detiene un instante a pensarlo, las visitas a los cementerios no dejan de ser un reencuentro con nuestros difuntos, y, por tanto, con nuestros recuerdos. La necesidad de saber que nuestros seres queridos están ahí, en un nicho o bajo tierra, que existe un punto concreto en el que poder llorarlos. Y es que todos, de un modo u otro, necesitamos conocer el destino de nuestras raíces. Como todos los años por estas mismas fechas, acudimos a los cementerios, y puede que tras este gesto se esconda una acción mecánica, un cumplimiento con la tradición o, también, una necesidad por activar el recuerdo y mantener en nuestra vida de hoy capítulos y personas fundamentales de nuestro pasado. En este reencuentro con nuestros difuntos se esconde el no querer enterrarlos definitivamente, el necesitar sentirlos a nuestro lado. Aunque pretendamos lo contrario, lo seguirán estando, porque mucho de ellos sigue vivo en nosotros.