LA LECCIÓN DE PAU

Situémonos. Corrían mediados de los 90, La Movida ya se estudiaba como un fenómeno pasado, finiquitado, y el Indie, como sonido y concepto, comenzaba a adueñarse de la escena musical española. A pesar de eso, devoré los primeros discos de Jarabe de Palo. En ellos encontré la más directa herencia de Radio Futura, pero con un componente tenebroso. La flaca o El lado oscuro olían a La Habana, a son, a puros panzones, pero también tenían un elemento turbio, pantanoso, que los distinguía de la banda de los hermanos Auserón. Y al frente de Jarabe de Palo, como gran líder, compositor y vocalista, un chico guapetón, con ese desaliño elegante que tan bien gasta Fernando León de Aranoa, con un pasado en el mundo de la publicidad, tanto delante como detrás de la cámara. Un tipo con desparpajo, con una voz peculiar, mediterránea y salsera al mismo tiempo, que lo sabía hacer sobre el escenario, llamado Pau Donés. En cierto modo, tal y como les sucedió a Los Rodríguez con anterioridad, Jarabe de Palo fue una banda a contracorriente, ya que indagaban y repetían sonidos que no formaban parte de la actualidad musical, marcada por las referencias de The Jesus and Mary Chain, los Pixies o Dinosaur Jr., más allá de nuestra fronteras, o de Los Planetas, los Surfin’ Bichos o Australian Blonde, por estos lares. Aún así, los primeros trabajos de Jarabe de Palo funcionaron muy bien, recibiendo eso que tan raramente sucede: el aplauso de la crítica y del público. O sea, vendían, se embarcaban en giras interminables, tenían éxito, pero ofreciendo buenas canciones. Si lo intenta verá como tengo razón: todos somos capaces de tararear unas cuantas canciones de Jarabe de Palo, y sin necesidad de forzar la maquinaria de la memoria, así a bote pronto. Y en algunos casos, como les ocurre a La flaca, Depende o Bonito, se tratan de canciones que forman parte de la banda sonora de nuestras vidas.

Hace cinco años, a Pau Donés le diagnosticaron un cáncer contra el que ha luchado hasta el último instante. Y lo ha hecho sin dejar de hacer lo que mejor sabía: componer e interpretar canciones. La suya ha sido, durante estos cinco duros años, una verdadera demostración de vida. Pau nunca ocultó su enfermedad, la hizo pública desde el primer instante, y todos hemos contemplado su evolución. Tras una etapa de silencio, raro en un artista como él, hace poco nos sorprendió con una nueva canción, Eso que tú me das. Me impactó el vídeo, debo reconocerlo, ya que nos muestra a un Pau Donés que pretende ser como siempre ha sido, inquieto, amable, rítmico, pero al que le es imposible ocultar el duro latigazo al que le ha sometido la enfermedad. Una vez más, el miserable y mezquino cáncer, que tal vez sea de los males que padecemos el más feo y traicionero, jugando una mala pasada. De todos los mensajes que pudimos leer el día del trágico deceso, me emocionaron los del cineasta José Antonio Bayona, que eludía a la dignidad demostrada por Pau Donés hasta el último instante, y el de Enrique Bunbury que, tras recuperar algunos pasajes de una larga amistad, finalizaba señalando que “la lección de vida y muerte que nos deja es imborrable”, y que “murió, seguro, como vivió toda su vida: con una sonrisa”.

Desde los últimos meses vivimos instalados en la enfermedad, confinados para evitarla, cuando las enfermedades son una constante en nuestras vidas, desde que podemos recordar. Muy especialmente el cáncer, que rara es la familia que no ha sentido su terrible presencia. En mi casa convivimos con el cáncer durante años, que fueron desoladores, duros y largos. Porque es una enfermedad que zarandea al que la padece, va y viene, aumenta de intensidad sin previo aviso, cuando crees que ya ha desaparecido, en determinados casos. Afortunadamente, la medicina ha avanzado mucho, reduciendo su mortalidad y, sobre todo, humanizando sus tratamientos. Adolescente yo, recuerdo los días de quimio de mi madre, como la mujer fuerte que conocía desparecía como por arte de magia. Todos esos recuerdos regresaron a mi cabeza con la muerte de Pau Donés, como regresan cada vez que alguien conocido o querido padece la enfermedad. La más puerca e inmunda de las enfermedades, ojalá llegué el día en el que se estudié como una tragedia pasada, y que nadie tenga que seguir dignificando su propia muerte cuando la sufre. Mientras tanto, estemos del lado de todas las personas que la padecen, que sientan nuestro aliento, que nunca la soledad sea su compañera. Es tan fácil como una de las canciones que nos dejó Pau Donés, que a veces con una palabra se bastaba para decir tanto. Bonito, Grita.

EL SECRETO DE LAS CANCIONES

Nos hemos creído a pies juntillas lo de la sociedad de la información y nos creemos en el derecho, algunos hasta en la obligación, de saberlo todo. Pero todo, absolutamente todo. Y todo, lo que se dice todo, nunca lo sabremos, y yo me alegro de que así sea. Una vida sin misterios, sin ángulos muertos, una vida transparente, como cuenta Loriga en su novela Rendición no me estimula. Es más, me repele. No la quiero. Y queremos saberlo todo, tal cual, la literalidad de las cosas, con su libro de instrucciones incluso, y es que tampoco queremos interpretar nada, que nos lo cuenten de principio a fin. Qué combinación más aburrida, tediosa, qué le dejamos a nuestra cabecita, entonces. Rempláceme el cerebro por un disco duro, y con muchos GB, ya puestos a almacenar. La llegada de la abstracción a la pintura puede que acelerara este proceso de incomprensión voluntaria. No lo entiendo, gritamos, reivindicamos, y es que puede que no haya nada que entender. ¿Por qué hay que entenderlo todo? ¿Por qué todo se tiene que ajustar a un corsé, a un patrón, seguir un esquema? La vida, y muy especialmente la cultura, no es la caja de una sucursal bancaria que tiene que cuadrar al céntimo cuando la jornada termina. Disfrute lo que ve, interprete, lo que le dé la gana interpretar, disfrute -aunque no entienda- la película, el cuadro, el poema o la canción. Oh, las canciones.

Con la muerte de Pau Donés vuelven a buscar y a mostrarnos a la mujer que supuestamente le inspiró a la hora de componer su primer gran éxito: La Flaca. La buscan en La Habana o en Milán, y hasta nos cuentan su peso actual, su profesión y demás. Lo siento, pero no termino de entender estas interpretaciones, investigaciones y hasta sesudas disecciones de esas canciones que nos han marcado por tal o cual motivo y que conforman la escaleta de la banda sonora de nuestras vidas. ¿Qué querían decir los Beatles eLucy in the sky with diamonds? ¿Un viaje lisérgico, un amor no correspondido, un desvarío, en realidad no quiere decir nada? ¿Dónde se encontró Bunbury con Lady Blue, en una estación espacial, en una estación de Metro, nunca existió? Qué más da, disfruto y amo esas canciones, y las interpretaciones las dejo en todas las emociones que albergo cada vez que las escucho. El muro de Pink Floyd, qué quiere decir, qué representa. La obsesión por desentrañar las entrañas de las canciones roza cotas detectivescas, profundas investigaciones que bien podría protagonizar Sam Spade o la mismísima Carmen Puerto. Siguen buscando a la «chica de ayer» que inspiró la mítica canción de Antonio Vega y han enviado a una pareja de investigadores a Buenos Aires a buscar a la otra Flaca, la protagonista de aquella balada de tempo extraño y remate a lo Randy Newman, que nos dejó Andrés Calamaro. Que Paco Lobatón busque a Lucía, la que inmortalizó Serrat, y a la que tantas y tantas niñas le deben su nombre. ¿Quién es realmente John Boy, que estoy que no duermo? Y de paso que busquen a la María de Ricky Martín y hasta a la Macarena de Los Del Río. ¿Por qué ir a Soria y no a Berlín, eh, Urrutia? ¿De verdad Jagger y Richard mantuvieron un encuentro con el Diablo? Que alguien me explique eso de la lluvia púrpura, que yo nunca la ha visto. ¿Lou Reed lo decía en serio o era una metáfora? Libro de instrucciones para entender Insurrección de El último de la fila, que lo que me han contado no me gusta.

Dicen que San Agustín lo intentó, entender todo o entender lo más complicado, y se quedó contando los granos de arena de una playa, y ahí sigue el pobre con su tarea, menos mal que le pusieron un chiringuito -que ha vuelto a abrir con la llegada de la Fase 3-. Los espectadores que acuden a ver la actuación de un mago se dividen en dos: los que intentan descubrir, a toda costa, el truco y los que, sencillamente, disfrutan con la magia. Sin dudar, pertenezco al segundo grupo, no quiero conocer el secreto que se esconde en el interior de las canciones, del mismo modo que no quiero que me cuenten el final de la película, como tampoco me interesan lo más mínimo las intimidades de tal o cual creador que admiro. No quiero descubrir el truco bajo el que se camufla la emoción de las canciones. ¿Qué más da? Lluvias púrpuras, cielos de diamantes, neón y fango, estrellas y aullidos, magia y sueño, dejemos que el conejo siga viviendo en el interior del sombrero.