Es muy español ese refrán que dice aquello que nadie es profeta en su tierra. Afortunadamente, no siempre se cumple. Con lo nuestro, con los nuestros, tenemos una querencia por la crítica fácil, por el desprestigio, por no querer ver las cualidades que, en múltiples ocasiones, sí ven los de fuera. Con los de fuera, curiosamente, no tenemos tanto reparo a la hora de proclamar nuestros elogios, no sé sin por un afán proteccionista, acogedor o sencillamente por desconocimiento. Este no querer aceptar el talento de los nuestros, porque no se trata de otra cosa, se da especialmente en el ámbito creativo. Y así rechazamos a tal actor porque es de la tendencia política que no votamos, a tal pintora porque no entendemos sus cuadros -aunque esté reconocida mundialmente-, o a tal novelista porque escribió, por ejemplo, un tuit que no nos gustó. En el ámbito musical, este recelo aumenta, ya que desde siempre hemos entendido que la música de verdad, la buena, se canta en inglés, y que todo lo demás es, sencillamente, agradable e insípido exotismo. Aunque algunos de los nuestros llenen estadios y sean auténticas estrellas más allá de nuestras fronteras. El caso de Rosalía es aún más extremo, ya que se atreve a no ofrecer un producto monocolor, filtrada su apuesta por multitud de tendencias, estilos y hasta culturas. Rosalía ha estado estas últimas semanas presentando su más reciente trabajo, Motomami, en distintas ciudades de nuestro país, en grandes espacios. Han sido muchas las críticas positivas, elogiosas, sí, abundantes, pero tampoco han faltado las negativas, muchas de ellas basadas en la incomprensión, y cuando no en los gustos personales, del crítico de turno.
Desde sus comienzos, Rosalía ha sido objeto de debate. Con sus primeros trabajos, Los ángeles y El mal querer, el debate se centró en su relación con el Flamenco, si era o no lo era lo que ofrecía. Si tenemos en cuenta el origen del Flamenco, que nace de la fusión, del encuentro, del diálogo incluso, entre muy diferentes expresiones, como pueden ser los cantos eclesiásticos, el ir y venir de comerciantes a las ferias del ganado o a las romerías, así como su vinculación con determinados oficios, algunos de ellos marcados por su soledad, y que encontraron en el cante un compás con el que suavizar la monotonía, no es descabellado entender a Rosalía, especialmente en sus dos primeros discos, como una artista flamenca. Hasta que se estableció el canon, que en demasiadas ocasiones es más una opresora faja que una puerta a la evolución, el Flamenco se caracterizó por ser un arte impuro, contaminado, abierto a todas las tendencias que se iba encontrando en el camino. Si El Planeta o Franconetti hubieran convivido con el reguetón, el rap, el pop o la música electrónica tal vez hubieran interpretado el Flamenco de otro modo, bien distinto, a como lo hicieron. En el nuevo trabajo de Rosalía, Motomami, aunque más alejada, el Flamenco sigue estando presente, y de nuevo impuro, contaminado, dialogante con otras expresiones musicales de este tiempo.
No he tenido la oportunidad de ver a Rosalía en directo en su nueva gira, sólo he podido contemplar algunas imágenes que me han impactado por su belleza, potencia y contemporaneidad. Sigo disfrutando mucho con Motomami, que es uno de los ejercicios creativos musicales más interesantes de que cuantos he escuchado en los últimos tiempos. El de una artista libre, consecuente con el momento que le ha tocado vivir, que no duda en asomarse a todos los espejos que componen la escena musical actual. En Rosalía conviven el barrio y la mansión, la choni y lo cool, el pasado y lo que vendrá, la transgresión y el respeto, la brújula y el caos. Poseedora de un discurso propio, que puedes compartir o no, lo que más me seduce de Rosalía es que no tiene fronteras, que las difumina, que no quiere contentar a nadie, y que se siente muy cómoda siendo ella misma. Tiene un discurso propio, y eso no es fácil. Una artista de hoy en constante búsqueda y evolución, que no cesa de ondear la bandera de la curiosidad, en una expedición permanente por encontrar nuevas coordenadas. Una artista diferente, con todo lo que supone, como el de tener que pagar el precio de la incomprensión. Mientras siga aceptando ese reto, seguiremos disfrutando de su único y particular universo.