LA LECTURA, ESA PUERTA

Puedo recordar, perfectamente, el verano de El nombre de la rosa, que catapultó a Eco a los altares de la literatura “para todos” tras toda una vida entregada a la investigación y docencia. Como poco, hubo un par de noches de contemplar la llegada del nuevo día, con la novela del italiano entre las manos. Recuerdo el verano Kafka, perfectamente. Quince, tal vez dieciséis años. Como si se tratara de un alimento indispensable para mantenerme con vida, devoré varios de sus títulos en muy poco espacio de tiempo. La metamorfosis, América, El castillo… No hace tanto, el verano Stieg Larsson, que guarda un cierto parecido con el nombrado Kafka, ya que sólo disfrutamos de la obra del sueco una vez falleció. Antes de hacerlo, dejó a buen recaudo la fabulosa trilogía Millennium. Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist, ese pareja que ya forma parte del imaginario negro más esencial. O el verano Paul Auster, donde ese hombre en busca de su padre, de su infancia, de su pasado, recorría las calles de Nueva York a mi lado. Y yo lo podía ver y sentir todo. O el verano que me entregué a Hemingway, para recorrer la España más esencial y primaria, la que el norteamericano tanto disfrutaba, y que reflejó en Muerte en la tarde, El verano peligroso, Por quién doblan las campanas o Fiesta. Sin duda, estos veranos de libros y lecturas comenzaron en la Biblioteca Provincial, donde hoy se ubica la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, en Córdoba. Sí, ahí empezó todo. Pero había un alto en el camino. En la calle Almonas (Gutiérrez de los Ríos), al principio, en la esquina de una callejita que se abría a la izquierda, había un portalón en el que se intercambiaban tebeos y novelas del Oeste por muy poco dinero. Mortadelo y Filemón, o Anacleto, o la Rúe del Percebe, tuvieron mucha culpa, no me cabe duda. La infancia, ese tiempo para fijar la marca, la coordenada, la dirección.

Tal y como le sucede a la música, que cada verano cuenta con una canción con la que se identifica, somos muchos los que más tiempo le dedicamos a la lectura en este periodo. Y en ocasiones, muchas, es la realidad, hemos dado con esa novela, poemario o autor que hemos incorporado en nuestro interior. Lo recordamos pasado el tiempo, por la electricidad, por la necesidad de retomar la lectura, por todo lo que significó. Y significa, en cierto modo. Momento ideal para que los más jóvenes se encuentren y disfruten con la lectura, que en multitud de ocasiones puede tratarse de un elemento esencial que determinará buena parte de los rasgos y habilidades que desarrollarán a lo largo de sus vidas. La lectura es ocio, entretenimiento, conocer, sí, es todo eso, pero también es mucho más. En gran medida, es una forma de vida, de entenderla, de saborearla. Más plena, más rica. Muchos veranos como el actual son muy importantes, determinantes, para las nuevas generaciones de lectores, porque se produce ese flechazo que es el combustible de una relación estable y permanente. Sucede, sí, por suerte.

En los últimos días, he tenido la oportunidad de conocer y de involucrarme en el proyecto internacional de cooperación Village Book Builders, que se apoya en la lectura como elemento de atracción para niños y niñas de diferentes zonas deprimidas o en riesgo de exclusión del mundo. Hace unos días tuve la oportunidad de encontrarme (virtualmente) con chavales de Ixhuatlán y Cuchapa en México, que ya comienzan a disfrutar de las bibliotecas aportadas por la entidad. Cuando no se tiene nada, o se tiene muy poco, la lectura, un libro, es mucho más de lo que imaginamos. Porque no es sólo escapar, mentalmente, de la dura realidad y conocer nuevos mundos y sus personajes. Leer también es un camino, una dirección a seguir, una manera de ser y entender la vida, desde la libertad, el conocimiento y la educación. La infancia, ese tiempo para fijar la marca, la coordenada, la dirección. No creo que haya mejor hoja de ruta, cuando la oscuridad se cierne. Lecturas que marcan una vida, pero también una vida marcada por la lectura. Que es posible.