ENERGÍA

Estoy completamente seguro de que si alguien fuera capaz de transformar toda la soberbia, malaleche, rencor y odio que nos rodea en energía, adiós a muchos de nuestros problemas energéticos. No volvería a pagar nunca más por conectar el aire acondicionado o la lavadora y no nos costaría rellenar el depósito de nuestro coche. Es más, si tal y como sucede con el autoconsumo solar, algunos de los que se abastecieran de la que pudieran generar por ellos mismos, tendrían para repartir a toda su familia e incluso al vecindario. Excedentes, habría que inventar la gran pila. Ojalá llegara ese inventor, para canalizar toda esa negatividad y convertirla en un beneficio, al servicio de todos. La verdad es que esto da juego para una distopía, que ahora se llevan mucho. Y así veríamos personas capaces de volar, de llegar hasta la Luna, propulsados por su propia energía. Ya puedo imaginar la secuencia. Eso sí, no quiero imaginar los vehículos inyectados por la concentración de la energía más negativa, como para circular a su lado, que tratarían de echarnos de la carretera en la primera curva. Yo creo en la energía, más allá de las conocidas y aportadas por la ciencia, y creo que la hay negativa y positiva, y hasta ni fu ni fa, energía neutra. Hay un refrán que habla de los toros mansos, que bien se podría emplear para referirnos a esta energía entre los polos, en tierra de nadie. Recuerdo cuando, siendo un niño, controlábamos la capacidad que le quedaban a aquellas pilas que llamábamos de petaca, acercando nuestra lengua a los extremos de cobre. Según el leñazo que nos pegase, así estaba de cargada. Hay situaciones, personas, hechos, que transmiten esta misma sensación, pero sin necesidad de acercar nuestras lenguas. También recuerdo cuando me quedé pegado, la mano más bien, a un flexo de cables pelados. Fueron unos segundos intensos y eternos, que siguen muy vivos en mi memoria, sobre todo cuando me disfrazo de chapuzas y pretendo reparar cualquier dispositivo eléctrico.

Ahora se habla mucho de energía, sobre todo cuando hemos descubierto que algunos de los materiales que la propician están a punto de caducar, porque en esta vida todo se acaba, o porque son altamente nocivos para nuestro medio ambiente. Para muchos, en las renovables encontraremos buena parte de las respuestas a un futuro incierto, con aún muchas incógnitas, y sobre todo intereses, por aclarar. Desde mi desconocimiento por todo lo relacionado con la ciencia, hablo de ignorancia en su nivel más esencial, me asombran esos procesos que son capaces de transformar las naranjas amargas, los excrementos de los animales o los desperdicios de la elaboración del aceite, en gas con la capacidad de poner en marcha los autobuses que recorren nuestras ciudades. Eso ya está pasando, no es una distopía, es una asombrosa realidad. O la perplejidad que me supone que seamos capaces de convertir los rayos de sol en la electricidad necesaria para abastecer nuestras casas, o gracias al viento, o al correr del agua, ya sea un río o mar. La ciencia, en ocasiones, tiene componentes poéticas, y hasta de una justicia sin definición concreta. Esos milagros que tanto nos cuesta entender.

Transformar, reciclar, esos verbos de los que tanto hablamos pero que tan poco conjugamos en primera persona. Ahora que ya han inventando hasta ventanas que son paneles solares, necesitaríamos una adherencia a nuestra piel para convertir en positiva toda esa energía negativa que acumulamos en nuestro interior. Me temo que aún estamos muy lejos de esta transformación que tanto nos aliviaría, y que haría de la nuestra una vida más grata, menos dura, menos jodida, más normal. Normal, qué bonita palabra. Hasta entonces (que no sé si alguna vez será posible), apostemos por esas energías, físicas y tangibles, que protegen este planeta nuestro que hemos fastidiado y machacado durante demasiado tiempo. Puede que nos contagiemos, de esa energía, positiva y limpia, y también la queramos incorporar a nuestro interior. Cuestión de fe.

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